La muerte y el bromista

Erase una vez, un pequeño niño llamado Robin, que le encantaba decir mentiras y hacerle bromas a pesadas a sus familiares y amigos con tal de safarse de sus responsabilidades en la escuela, como por ejemplo las tareas y los trabajos.

Siempre apelaba a la muerte como la principal culpable de su irresponsabilidad. Cada que faltaba a la entrega de una importante actividad que le daría notas académicas importantes, solía mentir diciendo que alguno de sus familiares, amigos o incluso sus mascotas habían muerto.

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Ante la gravedad de la situación, sus maestras siempre le creían lo que no sabían que eran tan solo excusas, mentiras y bromas pesadas. Jamás se imaginaron que el pequeño Robin pudiera apelar a tan horribles situaciones para librarse de la entrega de sus trabajos. ¿A quién se le ocurriría jugar con eso?

Pero cierto día, el pequeño Robin aprendió la lección de la peor manera, puesto que no sabía que al momento de decir que su amado perrito que había sido su amigo fiel desde su nacimiento, fallecería el día que lo había utilizado como una broma para justificar el no haber entregado un importante trabajo.

Moraleja: esta fábula nos enseña el poder de la palabra, que tenemos que medir todo aquello que decimos y también evitar el jugar con cosas tan delicadas como lo es la muerte. El pequeño Robin lo aprendió de la peor manera, no dejes que tu lo aprendas igual o peor.

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