El leopardo y las monas
Fábula de Félix María Samaniego
No a pares, a docenas encontraba
las monas en Tetuán, cuando cazaba
un leopardo. Apenas lo veían,
a los árboles todas se subían,
quedando del contrario tan seguras,
que pudieran decir: «no están maduras».
El cazador astuto se hace el muerto
tan vivamente que parece cierto.
Hasta las viejas monas,
alegres con el caso y juguetonas,
empiezan a saltar: la más osada
baja, arrímase al muerto de callada;
mira, huele, y aún tienta,
y grita muy contenta:
¡Llegad, que el muerto está de todo punto;
tanto, que empieza a oler el tan difunto».
Bajan todas con bulla y algazara,
ya le tocan la cara,
ya le saltan encima,
áquella se le arrima,
y haciendo mimos, a su mano queda:
otra se finge muerta y lo remeda.
Mas luego que las siente fatigadas
de correr, de saltar y de hacer monadas,
levántase ligero
y, más que nunca fiero,
pilla, mata y devora: de manera
que parecía la sangrienta fiera,
cubriendo con los muertos la campaña.
Moraleja: hay que estar atentos de todo aquel enemigo que es peor porque aparenta no poder causarnos ningún tipo de daño, porque lo que intenta y persigue, es inspirarnos la suficiente confianza como para que no dudemos de sus verdaderas intenciones, y así asegurar su golpe de daño o venganza.
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